domingo, 19 de agosto de 2007

Enemigo Intimo

Cuando el amor cierra los ojos para
beber en unos labios
el agua que un momento se le presta,
se hace en torno la muerte y queda sólo
profundamente vivo
lo que es de suyo desvalido y torpe:
el tacto, que resbala
como un reptil sobre las superficies.
Entonces el amante
sacia su propia soledad y estrecha
al amado con el mortal abrazo
de la serpiente, cuyo anillo busca
extinguirlo, morir, desvanecerlo.
Vuélvese hacia el vacío
interior y descubre vacilante
un nuevo ser dentro de sí; percibe
su soledad doblada,
y, enagenado y alterado, en sí
cava un abismo, al borde
del otro abismo, al que se lanza viendo
su odio en el del otro ensimismado.
Qué rencor sobreviene
a ese extraño que somos
al sorprenderse dado y no cumplido:
muerde, araña, devora, absorbe, intenta
de su propia traición tomar venganza,
posee lo que jamás fue menos suyo,
y así se rinde y cree vencer, dejando
su soledad, el patrimonio único,
invadida a merced del enemigo.
Nadie hay más fuerte que el amado. Nadie
un combate decide tan impávido.
Armagedón sin ruegos, envolverse
ve el amante su espada en negaciones.

Y es la helada ceniza
del desencanto lo que descubrimos
cuando la pleamar
recoge de la playa sus diademas.
Cumple el ritual amante de esta forma
un equilibrio misterioso, y vuelve
la armonía, que al ciego impone quien
se sonríe y eternamente aguarda.
Desnudo y vulnerado, ante el hostil
secreto, en los canchales del engaño,
mira el violentado su destino
inútil ya como un pájaro muerto,
mientras sobre la tierra
queda maduro un fruto y preparado.

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